Destellos Azules – Carmen García.
Por: Carmen García.
Recordar los susurros de mi vida es traer esos momentos que desde mi infancia dejaron huella en mi memoria, mi desarrollo, mis primeros estudios, el revuelo de la adolescencia, mi adultez y hoy mis atardeceres; cierro mis ojos y abro mi memoria…mi infancia fue muy bonita, a pesar de ver a mi madre queriendo verme jugar con muñecas y yo adorando los días bajo el sol, volando papagayos, metras, trompo, carreras y más; eran mis pininos de libertad y agudeza en el carácter, desde pequeña fui esquiva a la sobreprotección, adoraba los tropezones y moretones de las disputas infantiles, sentía que me daban fuerza y eso me daba seguridad.
Nacer hembra y sentirse varón en una familia conservadora con reglas para unos otros no entra en el menú de cosas por entender fácilmente, entrada la adolescencia prefería las tertulias entre amigos y el desorden para no tener que hablar de mis sentimientos con nadie, en casa era callada y prefería esconderme en los libros.
Pero los años pasan y la sexualidad madura como hecho inevitable y el dolor se siente más en el alma que en la piel, hay declaración simulada de rebeldía centra nuestros seres amados y la sociedad, todavía puedo verme sentada en una plaza, boulevard disfrutando del andar de hermosas mujeres y sus largos cabellos que me hacían suspirar.
Una vez sin darme cuenta en clases en la universidad me sorprendí exitada viendo a una compañera que hacía una exposición, no recuerdo el tema, pero a ella, aún la guardo fresca como esa vez, ya en mi etapa adulta mi instinto maternal despertando y decidí tener hijos y así fue, una vez acometido el plan me separé del padre de mis hijos.
La zozobra y el miedo hicieron nido en mi mente mientras esperaba que crecieran para sentarme y que ellos entendieran lo que yo guardaba en secreto para ellos, ¡Guao! ese día tenía sentimientos encontrados y temblaba del terror que sentía, pero ya era el tiempo y ellos tenían el derecho de ver a su madre por completo. Los senté frente a mi ya de 7 y 9 años, pidiéndoles que “me entendieran y supieran que as su mamá no le gustaban los hombres, sino las mujeres”, creí perder fuerzas una vez hecho este anuncio ante ellos, pues me miraron sin hablar y luego entre ellos mientras yo agregaba otras cosas, pues los hijos a esas edades idolatran a sus padres y yo sabía que esa caída sería muy dura, pero, necesaria.
Mientras yo temblaba sin tener más nada que decir, se levantaron y me abrazaron diciendome que no llorara pues yo era su mamá y ellos me seguirán amando sin importar esa tontería, ni lo que dijeran lso demás, luego el llanto era colectivo y de alegría, hoy mientras escribo aún llorom porque defenderse en la cotidianidad no fue sencillo, la vida es dura, ser madre y lesbiana implica contrastes dolorosos de una sociedad que no sabe guardar miradas, comentarios, ni formas en el rechazo.
Recuerdo estar quebrada en pedazos y encontré las palabras de apoyo e impulso en mi amiga Elide Andrade, ella era como un ejemplo a seguir para mi, después llevé mi orientación sexual con más libertad, fui viviendo con más libertad y madurando más en cada relación de pareja que tuve, mis mujeres aún siguen siendo bonitas experiencias de aprendizaje, gracias a ellas me siento plena y feliz.
Aún estamos en esa cultura social venezolana y somos la dirección que muchos dedos señalan como un mal ejemplo para las familias y sus hijos, amistades y que alejan a sus mujeres para que no se las conquistemos, gente que no se sienta donde nos sentamos, porque piensan que estamos enfermos y las vamos a contagiar, llamadas que no se atienden y tantas cosas más que vive una lebisna, pues conseguimos etiquetas colectivas en este mundo, ¡vaya que ha sido duro este transitar! pero, sin dejar de vivir aunque me señalen en el metro y comenten sobre mi y quien me acompaña como si fuésemos cosas extrañas, pero, bueno toca reír y seguir.
Hoy al pasar los años solo me toca decirle a nuestro mundo, mi gente a los que están guardados y sufren que la inmoralidad del resto de la sociedad no nos arrincone, no nos invisibiliza, no acorte nuestra visibilidad, con valor ve siempre con la mirada en alto, ya no guardo sentimientos que no vaya a compartir, pienso y sonrío ante mi vida porque la viví, la elegí y es mía, mía.
Para las que se detengan unos minutos y lean estas líneas, dejo en ellas un poco de mi y mucho de otros, gracias al equipo de País Narrado por la oportunidad de poder expresarme a través de ustedes y regalarme su tiempo, gracias.
Mujer
No naciste mujer para ser infecunda,
hasta con el silencio tu voz llena todo,
tú aromas más noble que la realiza,
tu piel más suave que la más fina tela,
tus manos son un don divino para la construcción,
tus ojos son el universo mismo,
tu cabello, el mar en el que puedo navegar,
tu sonrisa elimina cualquier mal,
tu seguridad está más allá de la muerte,
no naciste para ser infecunda, eres la tierra misma.
Carmen García.